14.6.06

LA CIUDAD


Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros
de la ciudad... y de esa segregación, deliberada o
impuesta, acabó por hacer un pequeño título de gloria.
Pero no podía evitar (realmente, no lo podía) que en
sus ojos flotara esa niebla melancólica que envuelve
a todo desterrado.
Intentó algunas veces entrar en la ciudad... por mero
instinto de cambio o desasosiego inconsciente. Eligió
siempre las puertas cerradas, si puertas había. Y sí
llegó a creer que había entrado en la ciudad, y quizá
sí, era como si junto a la ciudad real hubiera imágenes
de ella, inconscientes como la sombra que en sus ojos
se iba haciendo cada vez más densa. Y cuando esas
imágenes se desvanecían, ..., los muros de la ciudad
brillaban de nuevo inaccesibles.
De allá dentro llegaban rumores de fiesta. Así se lo
decía, más que los sentidos, la imaginación. Rumores
de vida serían al menos. No la muerte solitaria que es
la contemplación obstinada de la propia sombra. No la
desesperación sorda de la palabra definitiva que se
escapa en el momento en que sería, más que una palabra,
una llave.
Y entonces el hombre bordeaba las largas murallas,
tanteando, en busca de la puerta que, oscuramente,
podía estarle prometida.
...
El hombre no sabía que las ciudades que se rodean de
altos muros (aunque sean blandos y con árboles) no se
toman sin lucha. No sabía el hombre que antes de la
batalla por la conquista de la ciudad tendría que trabar
otra batalla y vencer en ella. Y que en esta primera
lucha tendría que luchar consigo mismo. Nadie sabe nada
de sí antes de la acción en la que tendrá que empeñarse
todo él. No conocemos la fuerza del mar hasta que el mar
no se mueve.
...
Llegó la batalla. Como en los poemas de Homero, también
los dioses entraron en ella. Combatieron a favor y en
contra. Y la lucha duró largos, largos y largos días,
semanas, meses, sin treguas ni reposo, unas veces junto
a las murallas, otras tan lejos de ellas que ni la ciudad
veía ni se sabía ya bien qué premio encontraría al final
del combate. Fué otra forma de desesperación. Hasta que,
un día, el campo de batalla quedó libre y despejado...
Había un gran silencio en la ciudad.
Amerentado aún, el hombre avanzó... y sólo después de
haber entrado quedó habitada la ciudad.
Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros de
la ciudad y la ciudad era él mismo.

(De éste mundo y del otro - José Saramago)

9.6.06

Desenpolvando... CARTAS ESCOGIDAS.

Es una recopilación del propio Hesse; encontré un
ejemplar editado por Sudamericana entre los libros
de mi viejo. Están ordenadas cronológicamente y las
primeras me resultaron más disfrutables.
A destinatario desconocido iba dirigida una que
escribió en el ´28, de la cual extraje un fragmento:

17/10/1928.
...Yo no soy un conductor. No quiero ni puedo serlo.
A veces, a través de mis libros he ayudado a los
jóvenes lectores a llegar hasta el lugar donde comienza
el caos, es decir hasta el lugar donde se enfrentan
solos y sin el auxilio de las convenciones, al enigma
de la vida. Para la mayoría esto ya es un peligro y la
mayoría vuelve otra vez por el mismo camino y busca
nuevas conecciones y vínculos. La escasa minoría, a la
que le atrae entrar en el caos y vivir a conciencia el
infierno de nuestra época, lo hace sin "conductor".
Mis libros guían al lector, hasta donde éste se muestre
dispuesto a ver el caos tras los ideales y la moral de
nuestro tiempo..."


En el mundo de los Demian y los lobos esteparios
no hay ideales realizables.

4.6.06

- "Quizás sea verdad - exclamé violento -, pero con
tales verdades como la de que todos tenemos que
morir en plazo breve y, por tanto, que todo es
igual y nada merece la pena, con esto se hace
uno la vida superficial y tonta. ¿Es que hemos
de precindir de todo, de renunciar a todo
espíritu, a todo afán, a toda humanidad, dejar
que siga triunfando la ambición y el dinero y
aguardar la próxima movilización tomando un vaso
de cerveza?"

(El lobo estepario). Hermann Hesse.